HACIA LO DESCONOCIDO
Por R. Edward Miller

El tema de la fe es como un pozo inagotable de lecciones para el Hijo de Dios, por ello, sacaremos de él una medida que pueda satisfacer la sed de algunos corazones sedientos.
Smith Wiggeslworth, un gran varón de Dios, se destacó por su tremenda fe. Durante su ministerio acontecieron grandes sanidades y milagros; y se le atribuyen, también, catorce resurrecciones. Otro hombre de Dios, Jorge Müller, conocido por su gran fe en la provisión divina, tuvo más de mil niños en su orfanato, todo el sostén llegaba a través de la oración. Ninguna institución lo respaldó, ni siquiera el gobierno, sólo Dios. Y Fue Smith Wiggeslwoorth el que dijo de éste: "Ojalá tuviese la fe o el dinero que tiene mi hermano Jorge Müller". Wiggeslwoorth tenía fe para que muchos milagros tuvieran lugar en sus reuniones, pero no así para las finanzas. Al hacer mención de estos dos ejemplos, trato de mostrar que la fe es específica, y los ministerios también son específicos.
Teniendo esto en mente quiero que miremos la fe del gran patriarca Abraham, que según Hebreos 11:8, nos dice: "Por la fe Abraham, cuando fue llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por herencia; y salió sin saber a dónde iba". Éste varón de Dios tenía fe en aquel que lo llamó; el Dios que había prometido llevarlo a la tierra prometida. Tenía la fe para ir rumbo a lo desconocido, para proyectarse hacia algo nuevo. La fe, para ir tras uno que lo guiaría.
El hombre ante lo desconocido siempre se siente inseguro, prefiere echar raíces y establecerse en lo que conoce; busca estar rodeado de seguridad. Sin embargo, Abraham tenía una fe tan grande que podía dejar todas sus seguridades: parentela, amigos, vecinos, casa, negocios; dejarlo todo y salir confiando en Aquel que lo guiaría.
Siempre tenemos temor a lo desconocido, temor a lo nuevo; tememos lo peor ante lo diferente. Esperamos lo peor ante la incertidumbre. Somos muy pesimistas. Nos sentimos más seguros y contentos en lo que tenemos que en lo por venir.
Por un momento observemos a los discípulos en una barca en medio de un mar embravecido. Si bien estaban remando no parecían acortar la distancia que los separaba de la costa. La hora era avanzada. Habían dejado a Jesús en la orilla. Entre las dos y cuatro de la mañana el Señor se les acercó caminando sobre el agua. Lo primero que pensaron fue que un fantasma se acercaba. No pensaron que era un ángel ni pensaron que era Jesús, ¡pensaron que era un fantasma!
Cuando en el día de Pentecostés nuevas lenguas fueron repartidas, se dijo de los que hablaban que estaban borrachos. No se les ocurrió decir ¡es Dios!
En otra ocasión, cuando el Espíritu Santo descendió sobre la primitiva iglesia, los líderes, dirigentes, hombres buenos, dijeron: "¡Es el diablo!".
A fines del siglo pasado, antes que el Espíritu Santo se derramara en nuevas lenguas, primeramente hubo un mover tremendo de sanidad. Los líderes de la iglesia, con sus doctorados, oficios y lugares destacados, dijeron también: "¡Es el diablo!" Y advirtieron al pueblo que tuvieran cuidado.
Mi padre entonces era un pastor bautista, no creía para nada en la sanidad divina. "Todo es un truco para engañar a la gente", pensaba él. Entonces mi madre enfermó gravemente, a tal punto que ni podía beber o comer cosa alguna; por lo tanto ya restaba la muerte. Vino a casa un pastor de esas "nuevas sectas" que creía en el hablar en lenguas y sanidades divinas; una de esas personas "raras". Aquel día - estoy hablando de 1921 - él dijo a mi padre: "¿Sabe que Dios puede sanar a su esposa?" Por supuesto, mi padre no lo creía, pero tampoco se opuso. "Sé que mi esposa está muy grave, a punto de morir en cualquier momento", respondió él. El pastor ofreció orar por ella. Un año antes, mi padre hubiera echado a aquel hombre de casa; entonces, consideró su propuesta. El pastor finalmente oró por ella. Mi madre dando un grito que se pudo oír desde lejos, se levantó totalmente sana. Eso produjo una tremenda brecha en la doctrina bautista de mi padre; ¡una tremenda brecha!
He tenido el privilegio de ver y participar de varios moveres de Dios, por ello concluyo que las formas muchas veces llegan a convertirse en una trampa, prisiones e ídolos. A tal punto, que muchas veces se llega a adorar las formas en vez de a Dios.
Cuando Jesús relató la parábola de las diez vírgenes, mencionó que algunas de éstas tenían lámparas pero no aceite. La lámpara es la forma que el aceite toma cuando entra, si es cuadrada o piramidal no tiene importancia, el aceite se adaptará a la forma. Pero aquellas que no tenían aceite, se quedaron con las formas: la lámpara. Y la lámpara sin aceite no vale nada. Nuestras formas carismáticas o pentecostales, bautistas o presbiterianas no sirven de nada si falta el aceite.
He viajado mucho, he estado en cientos de iglesias, he ministrado en iglesias de todo tipo de denominación, así que he tenido la oportunidad de ver a Dios entrar y mover soberanamente más allá de esas formas rígidas.
No hace mucho semanas atrás estuve en una iglesia presbiteriana; la iglesia más antigua de la República de China. La gente era muy rígida y las formas también. Pero Dios comenzó a mover en esa iglesia bien estructurada como nunca habían visto antes. El Espíritu Santo se acercó a esa congregación y comenzó a obrar. No hubo música espectacular ni excitante, sólo tenían un pianista que tocaba exactamente nota por nota según lo indicaba el himnario y nada más, pero Dios sobrepasó esto. Él vino, y antes que terminara aquella reunión esta iglesia estaba renovada y encendida.
A través de los años he visto cómo los lideres de moveres anteriores son los primeros en oponerse al presente mover de Dios. Por eso mi oración ha sido: "Señor no me dejes ser tan inflexible, tan cristalizado que cuando tú quieras mover y usar otras formas yo no las acepte y tu mover pase por alto mi vida y mi pueblo. Sea lo que fuere que tú hagas, yo quiero estar en medio de ello".
Cuando el Espíritu Santo quiso visitar nuestra iglesia bautista, luego que mi madre fue sanada, debimos dejar la iglesia. Entonces era yo tan sólo un niño de siete u ocho años. Recuerdo cómo la gente nos esperaba con rifles en las ventanas y nos gritaban: ¡Váyanse o si no disparamos! Sí, nos echaron de la iglesia. Varones de Dios, líderes no quisieron lo nuevo y lo desconocido que Dios traía. Tenían miedo, un miedo terrible al Dios que tanto querían.
Mi padre en una de las charlas con algunos de estos hombres, llenos estos de argumentos, les dijo en una oportunidad: "Tengo una pregunta que hacer. Hay un varón que quiere entrar en nuestra iglesia. El tal ha provocado mucho alboroto en la ciudad. Es un hombre que ha pasado mucho tiempo en la cárcel; es un ex-convicto. Predica nuevas doctrinas. Es un hombre que también dice abiertamente que habla en lenguas. ¿Piensan ustedes que podemos tener a este hombre en nuestra iglesia?" "¡Oh, no!", dijeron ellos. La respuesta de mi padre fue: "Entonces estaremos cerrando las puertas a San Pablo".
Bendito Abraham que podía salir sin saber a dónde iba, confiando que Dios lo guiaría. Saliendo rumbo a lo nuevo, sin temor. Dios no va a limitarse a nuestra caja de doctrinas, sea lo grande que fuese. Cuando tomamos la caja de doctrinas y colocamos en ella todo lo que pensamos que debe ir allí, la cerramos y el último clavo es puesto, encontraremos que Dios ha quedado afuera y la caja está vacía.
Estamos llegando al fin del tiempo de los gentiles como lo indican las Escrituras (Lucas 21-24). Vamos a ver muchas cosas portentosas sucediendo en días venideros; más, ya hemos comenzamos a ver algo. Quién imaginó ver creado dentaduras de oro. Los incrédulos lo llaman obra del diablo. Yo contesto a eso: "¡No sabía que el diablo tuviese oro!" Hay una Escritura que dice "el oro y la plata son míos". Que digan lo que quieran decir, Dios es grande y vamos a ver suceder muchas cosas en este mundo. ¡Espérelas! No sea sólo un espectador. No sea crítico, abra su corazón al Señor.
Cuando me invitaron a la República de China, no conocía ni a una sola persona allí. No conocía el idioma ni sabía cómo comer con sus palillos, pero sabía bien con quién iba. ¡Esto es lo que importaba! Hoy gozo de muchos hermosos amigos en aquella nación. Habiendo sido llevado a lo desconocido, al futuro ignorado, me he enriquecido mucho.
De la misma manera, cuando el Señor nos invita a marchar hacia lo desconocido tiene en mente el ensanchar y engrandecer de nuestra vida espiritual, como así también el ejercitar de nuestra fe y confianza en Aquel que nos guiará. Que pueda ser dicho de usted también: "Y salió sin saber a dónde iba, confiando en aquel que lo llamó".


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