REVISTA
RHEMA
ABSALON
Por Angel Tarnowski
Entonces el rey se turbó, y subió a la sala
de la puerta, y lloró; y yendo, decía así:
"¡Hijo mío, Absalón, hijo mío, hijo mío
Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en
lugar de tí, Absalón, hijo mío, hijo
mío!" (2 Samuel 18:33).
Esta frase cargada de tanto dolor la expresó
David cuando mataron a Absalón, uno de sus
hijos.
Es un relato envuelto de emoción, y es una
situación muy triste, pero fue dejado en las
Escrituras, para golpear sobre los corazones de
todos los hombres, y dejar su mensaje.
Traigámoslo nuevamente delante de nuestros ojos,
porque un lamento como ese podría repetirse
sobre nuestras propias vidas. Si el nombre de
Absalón se reemplazara por el nuestro, ese
lamento podría ser por mí o por usted...
David fue el padre de Absalón; Dios es nuestro
Padre. David lloró por su hijo. ¿Tendrá que
llorar Jehová Dios por nosotros del mismo modo?
¿Dios, llorar por nosotros? ¿Por qué?
Es difícil contestar ahora esta pregunta, pues
no nos damos cuenta todavía de la relación que
tiene este Absa-lón con nuestras vidas; por lo
que será mejor que primero veamos qué es lo que
aquí se nos quiere mostrar, y después nos
haremos la pregunta otra vez.
Entre Absalón y David existió durante muchos
años una hermosa relación. Fue antes de que lo
que Absalón tenía en su corazón se comenzara a
manifestar. Absa-lón era un hijo a quien David
quería bien, a quien quería mucho. Y no sólo
su propia familia lo quería; a Absa-lón lo
quería mucha gente. Físicamente era de buen
parecer, y tenía mucho carisma con la gente.
Muchos reconocían cuánto su padre había puesto
en él. Era hijo del rey; se le notaba. Acerca de
él se cuentan hechos que nos muestran a un
hombre de convicciones claras, con ingenio y con
personalidad. Tenía muchas probabilidades de ser
el sucesor al trono.
Y como sucede con todo hombre, crecía y
desarrollaba su propio carácter.
Al registrar estos acontecimientos en uno de los
libros históricos de Israel, el Espíritu Santo
consideró de interés que al mencionarse a
Absalón, se agregara un detalle: la referencia a
sus cabellos.
Dice que éste lo tenía en abundancia, y que se
lo cortaba solamente una vez por año, cuando
tanto pelo le comenzaba a molestar. Parece que su
cabello le gustaba mucho. Es probable que la
gente relacionara su personalidad junto con ese
cabello, pues les sería difícil imaginar cómo
sería Absalón sin él. Ese cabello largo era ya
parte de su imagen delante de las demás
personas.
CRECIMIENTO
Permitámonos ahora una libertad.
Identifiquemos al cabello con un aspecto de
nuestras vidas: Con el crecimiento, que funciona
constantemente en nosotros mientras vivimos, y
que sólo se detiene al morir. El crecimiento de
lo que somos. Esto es así en todo hombre, pues
son las leyes de nuestra naturaleza. La vida es
un crecimiento, un desarrollo, hasta el fin. Lo
que somos, no está quieto ni se detiene, sino
que se sigue desarrollando hasta nuestro último
día.
El cabello de Absalón nació con él, estuvo en
él durante su niñez, y siempre presente, en un
imperceptible pero continuo crecimiento, seguía
allí cuando se hizo hombre. Absalón crecía, y
ese crecimiento que se producía en su persona
abarcó no sólo su aspecto físico, su fuerza o
su apariencia, sino también todas las
características de su alma: creció su
personalidad, y su carácter se tornó más y
más indiscutiblemente propio y único. Es igual
con nosotros. No solamente crece nuestro cuerpo,
sino que también se desarrolla lo que nosotros
somos, nuestra manera de ser. Quizá sea más
claro si decimos "nuestro yo". Se
desarrolla ese "yo" que somos nosotros;
crece, y nos conduce a lo que hoy somos.
Crecemos, y llega el día en el cual declaramos
firmemente: "Yo soy así".
Crece nuestro ser exterior y crece también todo
lo que contiene nuestra alma, nuestro ser
interior.
Ahora, al mencionar el ser interior, debemos
detenernos. Aquí existen detalles importantes.
Uno de estos detalles, es que de nuestros padres
carnales hemos recibido una naturaleza que
lamentablemente está teñida de pecado. Ese
pecado, incorporado en los miembros que hemos
recibido, nos otorga la nefasta cualidad de
menospreciar a Dios y de no desear nada de lo que
Él tenga para ofrecer. Por otro lado, nos mueve
a luchar contra viento y marea por obtener lo que
nuestro "yo" quiere. De nuestros padres
carnales recibimos una naturaleza así; y ésta,
desde el momento que ve la luz, comienza a
crecer. Luego nos alcanza la gracia de Dios, y
cuando nosotros recibimos Su Palabra, el Creador
se convierte en Padre, haciendo nacer en nosotros
otra naturaleza: la Suya, que nos llevará a
aceptar que Su voluntad sea hecha. Esta nueva
naturaleza nos hará desear estar cara a cara con
Él y contemplar Su hermosura. Esta naturaleza,
al ser puesta en nosotros, igualmente inicia el
proceso de crecer.
Así entonces, en el ser interior conviven dos
vidas: la carnal, con pecado en ella, y la
celestial, con santidad.
Y las dos -al igual que todo lo demás- ¡se
desarrollan!
Sí, se desarrollan,... bajo una condición.
Éste es otro detalle, y aquí el cabello hace de
una excelente figura: El crecimiento de estas dos
naturalezas puede ser interrumpido, puede ser
contenido, porque cualquiera de estas dos
naturalezas crecerán solamente, y esa es la
condición, si nosotros lo permitimos.
Por ley natural, el cabello debe crecer. Pero si
yo no lo permito, nunca será largo. Con lo
interior igualmente; tanto la naturaleza
pecaminosa como la del Santo, crecerán dentro de
nosotros, o no lo harán, según nosotros se lo
permitamos.
En la naturaleza carnal crece el pecado igual que
el cabello. No se percibe cómo ni cuando lo
hace, y mientras no nos resulte pesado,
convivimos con él. Siendo parte de nuestra
naturaleza, no nos resulta raro convivir con
nuestros pecados, co-mo si fuesen nuestros
cabellos...
Absalón permitía que su naturaleza, eso que él
verdaderamente era, se desarrollara todo lo que
quisiera. Hasta que se cansaba, claro. Si lo que
le crecía de su propia naturaleza le pesaba
mucho, entonces se lo cortaba.
Nosotros igual. Cuando algo de lo que hemos hecho
en nuestra naturaleza carnal y pecaminosa nos
pesa, iremos al "peluquero". Cada tanto
nos arrepentiremos de algo, confesaremos algo, o
arreglaremos algún asunto con alguien; porque
este "cabello" está largo, y en la
conciencia comienza a molestar. Absalón una vez
por año se sacaba un montón de encima, y
aliviaba su carga. Pero mientras no le molestara
a él, ese cabello seguía creciendo.
Generalmente nosotros, del mismo modo, dejaremos
que la naturaleza siga creciendo sobre nuestras
cabezas, hasta que nos empiece a molestar.
Sin embargo, la parte trágica de la historia de
Absa-lón fue justamente, que él dejaba que
creciera tanto. Ese dejar crecer causó su
perdición. No solamente el cabello había dejado
él que creciera. Toda su personalidad creció
desmedidamente y en la dirección equivocada, y
se desarrolló hasta el punto de oponerse al
mismo que le había dado la vida. Se levantó
contra su propio padre, el mismísimo Rey. (¡Es
una copia exacta de la actitud de Lucifer, cuando
se rebeló contra Dios, queriendo arrebatar el
lugar del Rey!)
TRAGICO FIN
Como muchos cristianos de hoy, Absalón tenía
la naturaleza de hijo de rey; pero menospreció o
tuvo en poco la fuerza de la otra naturaleza que
coexistía en él; la de hijo de la carne y del
pecado. Y como con el cabello, la dejó crecer
hasta que lo consumió, y lo llevó a sublevarse
contra quien le había dado la vida.
Lo que consiguió este hombre por haber amado su
propia cabellera y haberla dejado crecer tanto,
lo cuenta la Escritura de este modo: "...iba
Absalón sobre un mulo, y el mulo entró por
debajo de las ramas espesas de una gran encina, y
se le enredó la cabeza en la encina, y Absalón
quedó suspendido entre el cielo y la
tierra...".
En nuestra vida podemos bosquejar a grandes
rasgos lo que haremos hoy o mañana. "Iremos
para acá, haremos esto, diremos aquello",
pero nunca sabremos con certeza cual senda
utilizará nuestro mulo, ni por dónde pisaran
sus patas. El camino exacto por el cual pasará
el mulo de las circunstancias de nuestra vida nos
es desconocido.
¿Y si somos de los que permiten que el cabello
(léase "naturaleza pecaminosa") les
crezca, y luego resulta que éste se nos enreda
en alguna rama espesa (léase
"tentación") dejándonos suspendidos
entre el cielo y la tierra?
Tres flechas directas al corazón acabaron con
Ab-salón. Esas flechas no las había ordenado su
padre. Todo lo contrario. David había dado orden
expresa de que su vida no fuese tocada. Sin
embargo, Absalón fue atravesado.
¿Quién lo mató? Lo sabemos del relato. Más
realmente fue Absalón quien buscó su propia
muerte. Fue otro el que le quitó aquella vida
que había recibido de su padre, pero Absalón
solo fue responsable de lo que le ocurrió,
porque a su debido tiempo no cortó con lo que
era necesario cortar. Porque convivió con mucha
cantidad de su cabello. Porque se sentía bien
con esa naturaleza encima. El cabello largo es
solamente una figura. Pero es figura de las
actitudes pecaminosas de su naturaleza carnal,
las cuales él dejó crecer; porque en su
opinión -¡y también en la de muchos otros!-
eran buenas, normales, naturales.
¡Qué curiosas y a la vez poéticas, estas
palabras de la Escritura! "... Quedó
suspendido entre el cielo y la tierra...".
Esto es exactamente lo que sucede con muchos
cristianos hoy.
Porque dejan que la figura del cabello trascienda
los límites de la peluquería y afecte al alma y
al corazón. Viven cerca del peligro. Algunos no
dejan de ser cristianos, pero no interrumpen el
crecimiento de la naturaleza carnal. Dejan que
esa naturaleza pecaminosa siga su curso, y luego,
queriendo o sin querer, obligados o
fortuitamente, pasan rozando con sus cabezas las
encinas de grandes ramas. Son hijos del rey, sí,
pero qué cerca están de quedar enganchados en
alguna tentación que les asedia. No cortan la
naturaleza carnal. No se niegan a sí mismos.
¡No saben por cuán poco escapan de quedar
"suspendidos entre el cielo y la
tierra"! Es inevitable que nuestros mulos
pasen debajo de encinas de grandes ramas. El
pecado está en el mundo y ataca de muchas
maneras. Pero si al pecado que está afuera le
concedemos entrada, aceptando la pecaminosidad
que convive en nuestros miembros, eso equivale a
convivir con una cabellera larga, que ojalá que
no, pero que quizá sí, nos deje "colgados
entre el cielo y la tierra".
El apóstol Pablo dice: "Haced morir, pues,
lo terrenal en vosotros,... cosas por las cuales
la ira de Dios viene sobre los hijos de
desobediencia..." (Col.3:5). y en otro lugar
también dice: "En cuanto a la pasada manera
de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a deseos engañosos... y
vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en
la justicia y santidad de la verdad".
(Ef.4:-22,24).
¿Quién atravesó a Absa-lón?
No fue David, sino uno de sus hombres. Uno de los
fieles de David, para quien uno solo era el Rey.
También así, si a nosotros nos traspa-saren
tres saetas, no digamos que fue Dios. Porque la
orden de Dios es que su hijo no sea tocado. Su
misericordia y su gracia no se apartan de
nosotros, aún cuando nuestros pecados crecen
desmedidamente contra él. Pero otros siervos del
Altísimo no dejarán pasar la ofensa. La
justicia y la ira de Dios no dan paso al pecado.
¿Quién atravesó a Absa-lón? La justicia lo
enfrentó en batalla y la ira de Dios, su juicio,
lo mató.
¿Y qué de nosotros? ¿Evitaremos la acción de
Su Justicia y de Su ira, solamente porque
reclamemos en alta voz que somos hijos de Dios,
que hemos alcanzado misericordia y que en
nosotros hay de la vida de nuestro Padre? (Eso es
lo que pensaban antes, cuando decían que irían
al cielo, porque tenían a Abraham por padre.) Si
en nuestro ser crecen como en Absalón las
envidias, los orgullos y los malos pensamientos,
¿evitaremos las saetas con esos argumentos?
Ciertamente que si estas cosas viven en nosotros,
como decíamos al comienzo, están creciendo. Sin
embargo, hay algo que nosotros hemos obtenido, y
es nuestra salida.
NUESTRO DAVID
En medio de aquellas lágrimas, David clamó:
"¡Quién me diera que muriera yo en lugar
de tí, Absalón, hijo mío, hijo mío!".
David deseaba haber sido él quien muriera, y no
su hijo Absalón. Pero no podía más que eso:
desear.
En cambio, nuestro Dios no solamente lo deseó.
Él pudo hacerlo; Él sí murió en lugar
nuestro, para que nosotros pudiésemos tener
vida.
Nuestra naturaleza carnal pecaminosa fue puesta
en el Hijo de Dios y fue crucificada, y murió y
fue a los infiernos con Él. Nosotros no debemos
esperar a que nuestra naturaleza carnal y
pecaminosa se muera de vieja -o nos mate antes-,
sino que la tenemos que traer a la cruz, pues
allí es donde muere. Cuando venimos delante del
Señor en la cruz, y ponemos en Él nuestro ser,
se produce la muerte. He aquí nuestra
salvación: La cruz del Cordero de Dios, que
murió en nuestro lugar. Allí, eso que vivía y
crecía, ya no crece más. Es cortado, por el
sacrificio de Jesús.
No convivamos con nuestra naturaleza de pecado,
no dejemos que crezca; no la recortemos un poco
solamente cuando nos moleste. Puede no ser
suficiente. Lo que quede podría engancharse en
alguna encina, y si quedaremos suspendidos entre
el cielo y la tierra, ¿cómo escaparíamos de la
ira de Dios?
Busquemos andar en los caminos de nuestro Padre.
Teniendo a Uno quien ha muerto por nuestros
pecados, honremos Su obra por nosotros, y seamos
limpiados, no dando lugar a nuestra vieja
naturaleza, sino poniéndola sobre la cruz del
Cordero de Dios.
Y mientras esperamos el momento de la
crucifixión de nuestros pecados,
recortémoslos... porque (recordemos) mientras no
mueran, siempre crecen.
Absalón había recibido vida y crecimiento para
heredar al rey, pero lo perdió todo porque dejó
crecer en su seno lo equivocado. David lloró por
su hijo.
¿Llorará Jehová Dios por nosotros por la misma
razón? Dijimos que esta pregunta nos la
haríamos de nuevo.
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